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""Vendo cuerpo sin alma... la inteligencia agotada y el corazón roto... lo dejo barato""

jueves, 26 de noviembre de 2009




Cuatro páginas de dolor









Amelia nunca esperó encontrarse con esto. Observó una y otra vez el sitio. Sí, era el nombre, era su rostro, pero ¿Por qué? ¿Por qué así? Eso explicaba muchas cosas y dejaba, a la vez, vacíos inmensos. Un dolor agudo como el hielo. Respiró hondo, sentándose en una roca cercana, sin apartar sus ojos del trozo de cemento detalladamente cincelado.


Parpadeó perpleja… ¿Era su idea o algo aparecía sobre la losa? Era imposible, pero se habían materializado unos papeles amarillentos. Los tomó con temor y mano titubeante. Eran cuatro, escritos con letra audaz y traviesa, de trazos firmes en un comienzo. Leyó, leyó con avidez, leyó aún cuando su mirada se nubló por las lágrimas y el dolor profundo le atravesó el pecho. Quería saber el por qué y no iba a desistir hasta conseguirlo.


Esas páginas, sucias y gastadas por los años, le mostraban que él no había dejado de amarla. Que siempre había sido la niña de su vida, aunque fueron dos semanas escasas en que su amor fue esplendoroso y dulce. Su letra reflejaba su carácter; travieso, audaz, sensible, dulce. Lo había conocido hace más de 6 años, pero en ese instante, al leer palabras traídas por el viento, pudo revivir todo lo pasado. Esos días que no se apartaban de su mente, esos paseos interminables frente al mar, tardes echados en la arena. Noches desbordantes de amor y dulzura.


Aún podía evocar el momento exacto en que le vio por vez primera… lo odio, lo detestó y sus amigas nunca sospecharon que sus migrañas nocturnas eran falsas. Que sus excusas para no salir con ellas eran simplemente evasivas para encontrarse con ese chico. Con aquel joven arrogante y burlesco que les amargaba, de repente sus vacaciones.


Todas, sin excepción, estaban de acuerdo que era el muchacho más detestable que podrían haberse topado. Amelia las seguía en sus discusiones, sobre la manera más fácil de sacarlo del lugar. Pero en su fuero interno rogaba que sus amigas jamás supiesen la verdad o la tildarían de traidora, de fraternizar con el enemigo, porque eso fue durante el tiempo que duró su amor. Un enemigo… no podían salir sin que él se enterase y promulgara a los cuatro vientos lo perdidas que estaban por llegar con más tragos de los recomendados. Muchas veces lanzaron a su casa alimentos en descomposición, pero era imposible… nunca se daba por aludido, parecía que se divertía con la manera en que ellas fraguaban planes para echarlo.


Amelia disfrutaba con eso… esa doble vida, no hacía ningún mal. Varias de las ideas para exiliarlo salieron de su cabeza, por supuesto que jamás se lo dijo. Hubiese deseado que ese verano jamás acabase. Detener el tiempo justo ahí, en esa nube de cariño y amistad…




Hasta ese día infame en que se apartó de su lado, sin explicaciones, sin una palabra de consuelo. Dándole a entender que simplemente había sido un amor de verano de esos que se pueden ver entre enero y febrero, pero nada más. Ella quedó destrozada… había sido demasiado bello y demasiado corto. Sólo tenía 21 años y su alma estaba rota… aquella tarde el mar se oscureció frente a sus ojos y las olas rompieron con más fuerza, ensordeciéndola.


Pero las palabras de él las escuchó por sobre todos los ruidos, incluso el de su propio corazón desbocado…


“Debemos separarnos”




¿Cómo podía ser que esa simple frase con casi 7 años de antigüedad aún le amargara el corazón?


“Debemos separarnos” dijo con esa voz profunda que amaba y en un segundo mandó al fondo del océano sus ilusiones…


No había arrepentimiento en sus palabras, si no una honda tristeza, pero en ese entonces su propio dolor no la dejó percibir.


¡¡No, no, no, no…!! quiso gritar desde lo más oscuro de su ser, pero la convicción de él, esa firmeza en sus palabras le dio a entender que era definitivo. No quiso insistir ¿por qué? Quizás su sexto sentido le advirtió que no lo hiciese, que sería peor…



Dejó de leer y miró a su alrededor. El silencio casi hería sus oídos, un suave sollozo escapó de sus labios. Bajó el rostro regando la tierra con sus lágrimas, lágrimas tanto tiempo guardadas, contenidas, evitadas… amarradas a su pecho, obligadas a permanecer ocultas por orgullo. Pero ahora, ahora que vislumbraba la verdad… ya no podía más…


¿De qué servía seguir guardando tanto dolor, tanta amargura? Por lo menos ahora sabía la verdad…


Lo odió… pero no con ese odio juvenil… lo detestó desde centro mismo de su esencia. Tanto tiempo preguntándose qué había hecho mal… qué no pudo retenerlo a su lado… por qué había huido dejándole recuerdos que no regresarían… escondió ese amor lo más que pudo… fingió alegría que no llegó a sentir y después de algunos años se atrevió a contarles a sus amigas. Eran casi sus hermanas y comprendieron… y la consolaron, tarde, pero lo hicieron y le dieron ánimos ayudándola a olvidar.



Quiso reanudar la lectura, mientras la tarde se volvía fría y el cielo se opacaba. Miró la losa blanca y el brillo de las letras doradas, desvaído por el abandono del sol. No le cabía en la cabeza que él estuviese allí… ¡Desde hace tanto! Lo había recordado con odio y pena, pero pena por sí misma. Sus labios jamás elevaron una oración por su alma… y eso la llenaba de angustia.


Suspiró y sintió que alguien, a lo lejos, suspiraba con ella. Quizás él… quizás el viento… quizás su alma rota le hacía imaginar cosas…



Volvió al manuscrito. La letra se tornaba débil, temblorosa… como si ya no pudiese escribir de manera fluida… casi indescifrable en algunos párrafos.


¿Por qué seguía leyendo? Cada palabra era un grado más de dolor en su corazón. Aún así debía continuar… ella lo necesitaba… y él también… ahora era tangible su presencia volátil, realmente le sentía a su alrededor, como un débil murmullo que la instaba a proseguir. Debía saber sus razones, debía entenderle… debía ayudarlo a descansar en paz. ¿Cómo dejarle así? Condenado a vagar eternamente por un asunto pendiente. Sus palabras, trazadas años atrás le explicaban, con un sufrimiento que no desapareció con el tiempo, que él jamás quiso dejarla. Que no estaba en sus manos el abandonarla sin una aclaración. Si hubiese sido por él, ese verano habría sido interminable. Pero su enfermedad, su maldita enfermedad le consumía a cada minuto. Su vida se escurría en cada respiración. Pero cómo explicarle a ella, a Amelia, tan llena de vitalidad, de amor y esperanza, que él no tenía futuro, que se moría sin más remedio en ese presente. Que, aunque ella le dio ánimos para seguir, él sabía que no podría hacerla feliz por mucho tiempo.


Su ironía, su audacia y su dulzura tan honda, eran máscaras para no demostrar esa tristeza profunda de saberse moribundo.


La vida, para Amelia era expectativas, ilusiones, esperanzas, para él… no había vida. Fue feliz, sí, a su lado. Los pocos momentos de felicidad plena los pasó en los brazos de la niña, pero tenía claro que no iba a ser por siempre. Por ello se alejó en el momento preciso. En el instante justo, de máximo júbilo, para que Amelia, por lo menos, tuviese momentos dulces que recordar. No quería que le viese en una cama, atravesado por agujas y tubos. Respirando con ayuda de una máquina… a merced de manos extrañas que controlaban sus signos vitales e inyectaban líquidos dolorosos en su cuerpo.


Deseaba que ella le rememorara como el chico lleno de vida y no como una piltrafa irreconocible.


Esa fue su razón… evitarle el dolor de verlo consumirse y la angustia de no poder hacer nada, pues su destino estaba trazado.



La caligrafía, más débil en cada párrafo, llegaba a su fin…



Amelia comenzó la última página, mientras el sol descendía más en la distancia.


El muchacho se disculpaba por haberla apegado a su vida, sabiendo en qué terminaría. Quiso alejarse antes, pero la inocencia de ella le conquistó, le atrajo y lo envolvió en una suave esperanza. Pero la realidad le golpeó e hizo lo que hizo.


Sabía que la dejaría con el corazón roto, tal como él se marchaba, pero no podía arrastrarla al infierno que viviría cuando los remedios y las sesiones no surtieran efecto. Cuando la enfermedad se alzara cruel y avasalladora. Ella que era tan gentil y dulce no lo soportaría.



Le pidió perdón mil veces en esa última hoja. Aunque sabía que sería insuficiente.



Amelia giró el papel buscando más palabras, pero la carta había concluido. Sus ojos se volvieron a posar en la tumba, las letras ya no brillaban, el sol se había marchado.



¿Por qué ahora? ¿Por qué así? ¿Qué esperaba que ella hiciese después de tanto tiempo? Él se había ido… y lo único que le había dejado eran cuatro páginas amarillentas…cuatro páginas con excusas…



Cuatro páginas de dolor….








1 comentario:

  1. Pfffffffffffff me acordé q tenía blog xD... ojalá guste... este cuento tiene por lo menos 4 años... hace poco lo usé para un trabajo y quise ponerlo aquí... ;)

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Dilo....

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  • Libros (principalmente Isabel Allende)